jueves, 23 de junio de 2011

"Por sobredosis"

Era normal que Brandon se viera a sí mismo como si fuera alguien más cuando estaba drogado. Salía de su cuerpo y regresaba con un mínimo esfuerzo. Esta vez no regresó. Ahora observa su cuerpo muerto por una sobredosis. Su nobleza le ha permitido reencarnar brevemente en animales insignificantes, y con los ojos de ellos mira su propio funeral mientras recuerda lo que fue y lo que pudo haber sido.
Por sobredosis retrata con humor negro, no exento de sensibilidad, el mundo de los jóvenes urbanos expuestos a los riesgos de las drogas y el alcohol.
Por sobredosis (novela), Ediciones SM, Gran angular. Alerta roja; 40, México, 2010. 108 pp. ISBN 978-607-471-415-9.

Entrevista a Carlos Monsiváis. Segunda parte

LA MAFIA LITERARIA, UN NOMBRE HUMORÍSTICO DE SUS DETRACTORES

SOY UN INCOMPRENDIDO DE MI MISMO: CARLOS MONSIVÁIS

Sin abandonar su deliciosa ironía, Carlos Monsiváis, crítico y autocrítico, desmistifica a la otrora famosa "mafia literaria", habla de la libertad de pren­sa, se ocupa de la crítica y se estremece ante libros como la "Crítica literaria" del Colegio de México, se confiesa inca­paz para cualquier tarea administrati­va y finalmente describe sus propios de­fectos. En esa forma, Monsiváis, tras declinar la invitación para hablar de su vida "porque no tiene por qué andar de página en página" y "tengo mala me­moria para esas cosas", concluye la entrevista con PUNTO. He aquí la se­gunda parte de ese diálogo con nuestro semanario:
—¿Cómo ves el panorama cultural con respecto al de la época de México en la Cultura?
— Sin necesidad de poner a competir las épocas, sí es evidente el avance democratizador de las dos últimas déca­das aunado al estallido sorpresivo —beneficios y maleficios del petróleo— de editoriales, instituciones de cultura, patrocinios y estímulos eco­nómicos, becas, instituciones de difu­sión cultural, cielos de conferencias, casas de cultura en todo el país, semina­rios, talleres de poesía, talleres de narrativa, de ensayo, de periodismo, etc. En los cincuentas había un suple­mento único: México en la cultura; dos revistas (Revista Mexicana de Literatu­ra y la Revista de la Universidad); un grupo necesariamente dominante por­que era el de mejor calidad; un cine club; un grupo teatral. Hoy en la proliferación de un país de 70 millones de habitantes, las formas de cultura en su modesto modo corresponden ala explo­sión demográfica. Esto ahora corre pe­ligro de estancarse, en especial por la si­tuación casi agónica de la industria edi­torial.
— ¿En esa época fue cuando nació la famosa Mafia?
—La Mafia fue el sector cultural más notorio de una época, que de una manera u otra traducía una exigencia de cali­dad y de rigor y que por la presión de sus oponentes, de gente que se sentía excluida, fue configurándose como grupo; pero fue un hecho condicionado —como suele ser— por el resentimiento externo. No era un grupo, era un círculo amplio de amigos con publicaciones que elegían sus colaboradores. Es inevi­table: cada publicación va eligiendo quienes la integran y quienes la escri­ben. En última instancia, la idea de la Mafia fue a posteriori. Primero hubo el cerco de los detractores y luego la adop­ción humorística de este nombre para divertirse a costa dé los sentimientos y la frustración circundantes, pero la reali­dad literaria no respondió a ninguna política de exclusión, siguió siendo asunto de los distintos desarrollos de creadores individuales. Pasó el momen­to del juego cultural de los 60's, llegó el 68 y todo eso terminó; ya no hubo inte­rés o posibilidad de sostener un chiste compartido, un juego privado y públi­co que no pertenecía a ninguna rea­lidad.
—Sin embargo se dice que todavía hay resabios de la Mafia y que eso se no­ta en el suplemento cultural de Siempre, donde con tus amigos eres bastante benévolo y con gente con la que no compartes premisas lite­rarias o ideológicas eres muy duro. ¿Qué hay de cierto?
—Aquí te va mi versión de los hechos. En primer lugar, este rumor nunca in­tenta pasar de ese nivel, ni nadie da pruebas. Es sólo una calumnia basada en el hecho de que pocos leen y muchos escuchan. Además, ese suplemento de ninguna manera es el más leído, ni el más difundido, no puede compararse en importancia con el suplemento cul­tural de Uno más uno; Sábado sin duda llega a mucha mayor cantidad de gen­te. Pero ya argumentar esto me parece demasiada concesión a un triste infundio.
Por qué no se hace un verdadero y do­cumentado examen de las políticas lite­rarias y se deja todo a una especulación en el aire que jamás y por ningún motivo prueba algo. Todo se va en inventar conspiraciones. Por lo que a mí respecta, mi única obligación es respetar el de­recho de la crítica así ésta no corresponda a mi criterio personal y la sienta a ve­ces excesiva, injusta. Pero mi deber, en esas modestas 16 páginas semanales, es respetar el derecho de la crítica si está razonada aceptablemente. Lo que pasa es que priva o rige aún una teoría de la conspiración y algunos escritores están decididos a creer que toda crítica es un complot en su contra, que no existen críticos que por su cuenta y riesgo lean los libros y deriven de allí conclusiones, las expresen, etc. Es más fácil, en lugar de enfrentarse a esa crítica concreta, denunciar una conspiración y darle a la conspiración un nombre y una mente organizadora. Yo a tal fantasía presecutoria opongo mi creencia en la necesi­dad de una crítica expresada libremen­te.
Lo más importante y saludable para una literatura es la ampliación al tem­peramento crítico y ésto implica tam­bién la decisión de juzgar a una literatu­ra sin paternalismos, ni devoción perdonadora, ni ganas de multiplicar cada semana a Joyce, Proust o Rulfo. Ahora, que de la decisión de una serie de críticos en una publicación específica, de ningún modo la más leída ni la que domina de lejos un panorama cultural tan variado, se extraiga la visión de una mafia, es un acto de resentimiento cu­rioso y chusco.
— ¿Tú crees, Carlos, que en México haya una verdadera crítica en todos los órdenes de las artes?
— Hay una mayor capacidad insta­lada por el acceso natural a varios idiomas, por la multiplicación de edito­riales, por la facilidad (amenazada) de conseguir libros que todavía en los años 50's resultaban imposibles.
Advierto el principio de una crítica muy estimulante, aunque todavía el trabajo supuestamente académico no me convence en lo absoluto, me aburre, me resulta el costoso parto de los montes, demasiado ligada a la moda, como ha sido el melancólico caso de casi todos los intentos de adaptación del estructuralismo a la crítica literaria en México. Me estremezco al pensar en algunos libros de "Crítica literaria" del Colegio de México.
— Como coordinador de una sec­ción cultural que eres, ¿cuándo consi­deras que una crítica es buena?
— Cuando cumple con la encomien­da de informar suficientemente al lec­tor sobre el tema en cuestión, de prove­erlo con antecedentes y un breve análisis y alentarlo o estimularlo. Por encima de todo, una buena crítica esta bien, y necesariamente, un producto literario. Si no está bien escrita, o por lo menos decorosamente redactada, no me inte­resa... Pero ninguna publicación se atiene sólo a los materiales excelentes si tiene que cumplir el requisito de llenar semanalmente determinado número de páginas.
— ¿Te atreverías a dar los nombres de los mejores críticos?
— Mira, lo malo de establecer una nómina de preferencias es que estable­ces de inmediato una nómina de ausen­cias. Por eso me niego a declarar mi lista de gurúes, o mi hit parade de críticos que se dan en distintos grupos, colabo­ran en diversas publicaciones y hacen el esfuerzo por garantizar los mínimos derechos de los espectadores del cine, el teatro, las artes plásticas, la poesía, la novela, el ensayo, la historia, la danza. Hay una proliferación que será extraor­dinaria.
— Carlos, cuando escribes a qué le das más importancia ¿al hecho político o al literario?
—Espero que al literario. Algunas veces, cuando hago un tipo de periodis­mo, sí le doy más importancia a lo político, pero aún así confío en proseguir con una práctica literaria que de­termina mi visión del hecho político. Yo no me considero primordialmente un escritor político ni mucho menos.
— ¿Qué eres entonces?
— Un cronista, un ensayista, un pe­riodista.
— ¿Has hecho novela o poesía?
— No, he traducido poesía que es una forma de hacer poesía.
— ¿Y por qué no la ficción?
— Porque todavía escribir narrativa no es una obligación constitucional. En todo caso Nuevo Catecismo para Indios Remisos es un intento narrativo pero no surgió para cumplir con la obligación de cada hombre antes de morir: entre­garle el manuscrito de su novela recién terminada a sus hijos y nietos. Se me dio la oportunidad de escribir un libro de fábulas y lo hice. Quizá ahora termine un proyecto de un libro de cuentos poli­ciales, pero no es por el afán de cumplir con ese rayo celeste que nos manda a to­dos emular el destino de Hemingway, de Scott Fitzgerald, de Dos Pasos, de Manuel Payno, sino por un gusto o sen­tido de la diversión o lo que tú quieras.
— ¿Cómo te nació el gusto por escri­bir el Nuevo Catecismo Para Indios Remísos?
— Como casi todo lo que me ha suce­dido, al principio fue una petición ex­terna. Mis amigos de la galería Arvil me llamaron para unos textos adjuntables a nueve grabados de un artista fuera de serie: Francisco Toledo. Toledo halló un catecismo para indios; el título le gustó y lo aplicó a nueve grabados colo­niales retrabajados. Pensé que no tenía caso hacer textos sobre la obra de Tole­do que serían finalmente muy fallidos al no ser yo, ni pretenderlo, crítico de artes plásticas. Entonces, me imaginé nueve textos de fantasías religiosas —por así decirlo—, los terminé, se los enseñé a algunos amigos míos que su­pongo críticos los cuales no me desalen­taron demasiado, hice 31 textos más y el resultado se lo entregué a Siglo XXI sin1 estar muy seguro de qué se trataba. Al explicar el libro, me doy cuenta que son conjeturas o aproximaciones poco in­formativas que no dicen mucho sobre el proceso que originó estos textos. No es­toy claro al respecto, sé cuál es mi posi­ción frente al fenómeno religioso y sé mi posición ante el catolicismo novohispano, pero no tengo mucha idea de qué modo ésto embonó con unos textos. Sé que me divirtió.
— Quisiera saber qué tan divertida es para ti la escritura. Háblame un poco de tu cocina literaria: ¿A qué horas escribes? ¿Corriges mucho? ¿También sufres ante la página en blanco?
— Escribo a todas horas; corrijo de­saforadamente, tres o cuatro veces, y si me dan chance rehago las galeras de mis libros. Sufro ante la página en blanco y sin embargo me obstino en seguir en este oficio. Soy un grafómano no redimi­do por las evidencias.
— ¿Serías capaz de escribir un artí­culo sin tu ironía habitual?
— Sin mi ironía habitual no me reconocería en las escasas veces en que todavía me atrevo al espejo. Soy tan iró­nico que no comprendo por qué nunca le encuentro gracia o chiste a lo que di­go . Me pasa lo peor que puede pasarle a un sarcástico: ser un incomprendido de sí mismo.
¿A veces te sucede que te limitas por no comprometerte políticamente?
— Bueno, no creo que no haya quien no escriba con autocensura; la autocen­sura es el reflejo condicionado en todos los países del mundo. Uno al escribir lucha por vencer considerable esa auto­censura. En lo personal, en la medida de las posibilidades, me siento compro­metido moralmente a una postura crítica ante un Estado y una sociedad represiva. Si no lo logro, es asunto no de mi intencionalidad, sino de mis limi­taciones como crítico... Aunque vién­dolo bien, el juicio sobre el alcance de mi compromiso político les correspon­de finalmente a los lectores.
— A propósito, ¿crees que haya li­bertad de expresión?
— Hay una libertad de expresión con­dicionada, parcial limitada o un grupo; ¡no una libertad de expresión de clases, no existe la libertad de expresión del campesino, ni la del obrero, ni la del de­sempleado; pero claro, un grupo sí co­noce la libertad de expresión medida y determinada por los intereses periodísticos de cada empresa; pero dentro de eso hay un margen más o me­nos habitable, según el talento y el cora­je específicos, del que se benefician Punto, Siempre, Proceso, Uno más uno, Excelsior, El Universal, en distintos grados.
Lo del catecismo surgió como si nada
— ¿Aquí en México, a semejanza de otros países, existe una literatura que corresponda al momento social y político que vivimos?
— Sí lo hay, lo que no se da es una li­teratura abiertamente política, como la que hay en Nicaragua o El Salvador por las exigencias revolucionarias, pero ve tú la considerable cantidad de escri­tores que han surgido en México y que reflejan o interpretan o recrean la vida marginal, la vida proletaria, la vida de los barrios, lo que es una manera muy directamente de entenderse con la rea­lidad social. Esto es un fenómeno nuevo en el país, como también sucede con la literatura de las mujeres v de los homosexuales. Yo creo que hay muchas formas literarias que se enfrentan directa­mente a la situación social: un libro co­mo el de Elena Poniatowska, Fuerte es el silencio; o Las muertes de Jorge Ibargüengoitia —para poner dos ejemplos magníficos— son formas de traducir li­terariamente la realidad nacional; o el gran ensayo como el de Octavio Paz sobre Sor Juana, es una síntesis cultural que nos estimula y enseña.
"Mi gusto por la cultura popular es el deseo de entender algo que no viví mucho tiempo por circunstancias de niñez y juventud solitarias".
— Hablando de Paz, ¿cómo estuvo esa discusión que tuviste con él?
— La divergencia no fue tanto en cuanto al juicio sobre el "socialismo real" (sobre el que coincidí amos pese a los dis­tintos enfoques) sino sobre la revolu­ción latinoamericana y la izquierda mexicana. Sigo creyendo que, con to­dos sus defectos, 1 a izquierda es la mejor que tiene el país, y que el deber intelec­tual es contribuir, muy críticamente, a su desarrollo.
— Un puesto público, ¿no te intere­sa?
— No, en absoluto.
— ¿Por qué no?
— Bueno, si quieres porque las uvas están verdes. También, porque no ten­go la capacidad para una posición ad­ministrativa y ya es muy tarde para ad­quirirla. Me desahucio completamente de cualquier posibilidad de un puesto público. No sirvo y no me interesa.
— Recuerdo que Carlos Fuentes dijo \ algo similar y luego se fue de embajador a Francia.
"Soy un incomprendido de mi mismo
como prefecto de un kinder en Tlaxcala .no digas como embajador.
— Siento que lo dices porque en el fondo estás satisfecho con tu obra. ¿Cuál de tus libros crees que sobreviva, cuando Monsiváis "ya no esté entre no­sotros"?
* — Me parece absurda la pregunta, porque me obliga a una autovaloración en la que no pienso caer. No tengo un punto de vista respecto a mis méritos {lo tengo frente a algunos de mis deméri­tos). El proponérmelo sería más que fa­tuidad una pérdida de tiempo.
— ¿Qué quisieras ser de grande, un Martín Luís Guzmán o un Alfonso Re­yes?
— No son excluyentes. Quisiera te­ner el gusto por el pasado clásico de Guzmán y lograr, a la manera de Reyes, algunas páginas de poderosa recrea­ción de la política. Quizá algún día escriba Junta de sombras de caudillos.
— Tú reflejas muy bien el ambiente y el lenguaje de los proletarios, ¿cómo le haces para captarlo?
— Yo no creo captar el ambiente de los proletarios, yo describo las sensa­ciones de alguien que se acerca a un ambiente que no es el suyo, que le simpati­za en principio (sin idealizarlo dema­siado) y que, con la mayor honestidad posible, quiere recrearlo de acuerdo a una necesidad de entender lo que es fi­nalmente la vida de la gran mayoría del país. No es ésta una declaración humil­de de lego franciscano. La verdad, me gustaría captar los mecanismos del mo­do de vida del pueblo y acercarme a él, pero no presumo de entenderlo. Yo soy un producto de una clase media univer­sitaria cuyo origen inmediato es la clase media baja. Esta pequeña burguesía, tan cerca y tan lejos del proceso popu­lar, ha llegado a no comprender nada ni de su realidad presente ni de su proceso formativo y éso me aterra.
— ¿Pero sí frecuentas los sitios a los que concurre la clase popular?
— Vivo en uno de ellos. Portales ciertamente no es la culta Coyoacán, ni las famosas Lomas; ha sido mi hábitat natural, del cual me han separado una infancia y una juventud muy libresacas, que me evitaron conocer lo que sucedía específicamente en la calle. Mi gusto por la cultura popular es el deseo de entender un fenómeno que no viví mucho tiempo por circunstancias de ni­ñez y juventud solitarias y librescas.
— ¿Qué me dices del cine, Carlos, no te ha interesado hacerlo?
— Me interesa como medio cultural formativo. Nunca quise ser cineasta, siempre he querido vivir como cinéfilo, especialmente del cine mexicano de los años 30's a los 50's, y del cine nortea­mericano de la misma época, y de algu­nas corrientes muy vitales del cine ac­tual como el cine alemán o como el cine norteamericano independiente.
Al ci­ne, los escritores de mi generación y de la siguiente, le debemos mucho.

Entrevista a Carlos Monsiváis. Primera parte


HAY QUE REENCAUZAR EL CONCEPTO DE SOCIALISMO: CARLOS MONSIVÁIS

OPINA QUE EN MEXICO NO HAY IDENTIDAD NACIONAL

Carlos Monsivais, escritor y analista agudo, habló extensamente en una en­trevista para PUNTO. Opina, entre otras cosas, que la educación, que en buena medida es un concepto inalcan­zable y desalentador, hay que ade­cuarla a las necesidades de las mayo­rías y considera que no existe en Méxi­co una identidad nacional, sino una comunidad nacional que es necesario defender.
Polémico, crítico, lúcido, inteligen­te, a veces sarcástico, frecuentemente humorista agudo y siempre compro­metido, profundamente comprometi­do con una clara línea de pensamien­to, Monsivais, el hombre al que suele verse por las noches deambulando por la Zona Rosa con una maleta llena de libros, conversó, grabadora de por me­dio, durante varias jornadas de varias horas para abordar temas muy diver­sos.
Tras una pausa impuesta por algu­nos de los muchos compromisos de Carlos —una conferencia en Veracruz, una plática, en Durango, etc., etc., la entrevista tentativamente habrá de continuar. Mucho es lo que periodísticamente habría que conver­sar con Carlos, o, dicho con mayor precisión, lo que a PUNTO se le anto­ja que Carlos conversaría con los lec­tores. Por ahora, ofrecería esta prime­ra parte.
Valiente siempre, Carlos no vacila en hablar del socialismo y decir que lo que pasa hoy en la URSS, en Polonia y en Checoeslovaquia, "demuestra la necesidad de reencauzar mundialmente la idea de socialismo" y ya en la perspectiva mexicana, "la construc­ción de ésta mentalidad socialista, debería fundarse en prácticas directas y vivas de la democracia, para empe­zar, en los partidos políticos".
Pero dejemos que transcurra el diálogo sostenido con Monsivais, tal como lo registra la grabadora:
—Una parte considerable de Días de Guardar se refiere al Movimiento Estudiantil del 68, ¿qué ha sucedido con el país hasta la fecha?
—En una síntesis muy forzada, creo que del 68 a la fecha se han dado procesos muy radicales que hoy se ven detenidos o amenguados por la brutalidad de la crisis. Primero, el espíritu del 68 cambió la concepción de Méxi­co de una minoría, proveniente de las universidades —lo que podría llamar­se con todas las comillas del caso "mi­noría ilustrada"; se liquidó una creen­cia en la vitalidad indefinida del sistema de la Revolución Mexicana y se exigió la democratización como un re­quisito indispensable, garantía elemen­tal para las clases medias, a) Si la exi­gencia de democratización fue cuajando tan lentamente, fue por la absoluta falta de tradición al respecto, b) El marxismo, conocimiento muy es­pecífico se difundió como un conoci­miento ampliamente socializado, c) La magnitud del crecimiento demo­gráfico, la intercomunicación con el mundo entero y el desarrollo general de la sociedad, dieron lugar a una serie de fenómenos nuevos, en lo político, en lo social, en lo cultural, en lo sexual.
Se han dado transformaciones muy positivas, se ha ampliado el medio cultural, hay mucha tolerancia, hay una conciencia muy extendida de la injusticia social, del machismo, de las desventajas estructurales del capitalis­mo. También se atiende con más inte­rés todo lo que tiene que ver con vida cotidiana.
Luego, todo el aparato mismo, el PRI —como-modo-de-vida— se desintegró y con elijo el proyecto de na­ción que conducía al país desde Mi­guel Alemán y que termina con el de­sastre financiero y político de López Portillo, ahora localizado en la corrupción, pero cuya problemática es muchísimo más amplia y define ta­jantemente el destino del capitalismo nacional, una ruina sólo productiva para unos cuantos, una historia de sa­queo, estupidez, demagogia, crimen y beneficios ocasionales y mínimos para el pueblo.
Ahora no se observa con tanta clari­dad el fin de este proyecto porque vi­vimos una enorme desmovilización, hay un gasto sicológico evidente en todos nosotros, hay desesperanza, irracionalidad, un avance desmesura­do de las posiciones de la derecha, un clima pre fascista que alimentan la conjunción del clero, la iniciativa pri­vada, los partidos de la derecha popu­lista y ese sector de crítica epidérmica cuya solución notoria es la exigencia de mano dura.
Estos son los datos primeros de 1a entrada al famoso túnel; el país, enriquece años, es ya otro, absolutamen­te distinto, y un sector considerable tiene mucha mayor conciencia de sus limitaciones, de los alcances de la vida democrática y de la necesidad de for­talecer la sociedad civil. En estos años se han desarrollado figuras nuevas an­tes impensables, figuras como las lideresas radicales de colonias populares o como Rosario Ibarra de Piedra con su campaña obsesiva por la presentación de los desaparecidos. Hay un paisaje humano distinto: los jóvenes líderes de las comunidades indígenas, los nuevos dirigentes del sindicalismo que desea ser independiente, las feministas, los ecologistas.
Incluso el sistema se ha renovado favoreciendo a los "tecnócratas" y postergando a los políticos, cuya per­sonalidad más visible sería Fidel Velázquez. Está surgiendo otro país, ahora al parecer aplacado y pospues­to por la ferocidad de la crisis, pero con enormes posibilidades de de­sarrollo. Ante esto es imposible no ser optimista, aunque es imposible tam­poco no ser pesimista a corto plazo. Si hay la inteligencia social suficiente para hurtarle el cuerpo a las formas más rabiosas de la crisis, la crisis especializará positivamente al país, y le dará cuerpo a sus esperanzas de­mocráticas, porque es evidente" que el proyecto nacional del sistema de la Revolución Mexicana que trazó Mi­guel Alemán y apuntaló Díaz Ordaz ya no podía dar de sí al destruirse la credulidad del boom petrolero y al ha­cerse claro el mensaje de la suficiencia de López Portillo. El proyecto na­cional que venga —si no tienen éxito los promotores del fascismo, que espe­remos que no lo tengan— será forzosamente más democrático y mucho más variado.
—¿Qué se ha hecho en los últimos tiempos para democratizar la cultura?
—De parte del estado se había continuado una política de apoyos sustanciales a la industria editorial, a los grupos de artistas e intelectuales, a las formas más prestigiosas de vida cultural. Se ejerció la generosidad presupuestal en todo lo relativo a en­señanza superior, se vertieron sumas pródigas sobre el sistema de universi­dades —muy especialmente a la UNAM—; pero esto llegó a su límite con las restricciones de la crisis. El Es­tado, munífico y proveedor, ha va­riado su rostro, se ha hecho tacaño a la fuerza, volvió a considerar la cul­tura como un don secundario. El Me­cenas se retracta: se recortan los pre­supuestos de las universidades —en es­pecial las de provincia, con menos ca­pacidad de presión política—; se magnifica el caos criminal en todo lo que se refiere a libro; se liquida cualquier crecimiento de la industria editorial. El empobrecimiento súbito obliga a retornar a las concepciones que se creían extinguidas y a contemplar otra vez a la cultura como la causa de bienes superfluos, no una necesidad vital del pueblo, no un bien básico, sino una contingencia prescindible.

¿Es ornamental la cultura?
—Sí hombre, la verdad es que la cultura ha sido una de las más afectadas.
—No se reprime exactamente a la cultura; se la deja liberada a su suerte privatizada. En los sexenios anteriores no había una política cultural muy precisa; y si la crisis obliga a jerarquizar, la tradición disponible señala que la cultura es algo bonito cuando se puede, pero hasta ahí. El aparato político expresa muy claramente su propia relación con la cultura: superficial, epidérmica y rentable propagandísticamente. Cuando hubo mucho dinero, algo se gastó, y el Festival Cervantino fue el síndrome del nuevo rico. Ahora somos subpetroleros y del conjunto del aparato político —pese a las buenas intenciones de algunos funcionarios— sólo se desprenden medidas absurdas y liquidadoras que amenazan con cerrarle a los jóvenes el camino de la lectura, de la música, de las artes plásticas, de las visiones humanistas. Se empobrece aún más el panorama universitario, se cercenan presupuestos, se le recuerda a la cultura su condición degradada. ¿A qué se debe todo esto? Básicamente a que en la concepción política dominante el papel de la cultura es ornamental y remoto.
—En dado caso que tú pudieras promover la cultura, ¿qué medidas inmediatas tomarías para impulsarla?
—Yo no me veo ejerciendo funciones de gobierno, ni siquiera en el más frenético de mis ensueños personales. No esto que yo haría, porque no son las personas quienes deben tomar medidas, es ya asunto de una comunidad. Pero una entrevista es un proyecto de mando instantáneo y efímero, y obedezco las reglas. Creo que lo conducente es modificar considerablemente la idea del proceso cultural. La crisis está demostrando lo escueto, lo ridículo de un aparato cultural dedicado a minorías tan estrictas. Se necesita pensar generosamente en términos de una nación y para ello hay que pensar ya en editoriales con tiros masivos; hay que seguir la política de las orquestas que recorren todo el país y las grandes exposiciones para millones de personas. Necesitamos democratizar y hacer racional el proceso de la televisión y de la radio, necesitamos una programación digna —incluso se diría humana— en las 90 estaciones de televisión y casi 900 estaciones de radio; necesitamos una política cinematográfica que no se proponga embrutecer con facilismos populacheros; que se regule una política cultural que dignifique la vida de las mayorías y respete las exigencias legítimas de las minorías. Para ello debe liquidarse ese papel del Estado padre y patrón, el Estado generoso, el Estado mecenas. El Estado no tiene por qué mostrarnos su tutela, ni por qué ejercer la tutoría: tiene que cumplir obligaciones del modo más racional. Esa idea de los funcionarios (ellos como los "dadores de bienes") ya no es tolerable; los funcionarios son servidores públicos y en el aspecto de la cultura la tradición ha sido considerarlos jerarcas, no servidores públicos.
¿Y cuál sería el proceso para que ocurriese lo que acabas de proponer?
—Que la sociedad civil participe crítica e inteligentemente, que haya discusiones libres, fundamentaciones del ejercicio del gasto. Si no hay dinero —como no lo hay—, debe tomarse la estrategia pertinente. ¿Qué interesa más, el apantalle o la construcción de una infraestructura: conservatorios, museos, escuelas de teatro y danza, sistema nacional de bibliotecas, editoriales para público masivo? No basta decir que no hay dinero, nos urge saber cuáles son los criterios de la jerarquización del gasto cultural. Democratización educativa
—¿La influencia de los intelec­tuales en los momentos de crisis es de­cisiva, participan en la concientización de la gente?
—La influencia actual de los intelectuales es casi nula; pero en este momento ningún sector puede presumir de influencia, no es asunto nada más de los intelectuales. Si entendemos por intelectuales el ya muy numeroso sector surgido y arraigado en las universidades, aceptemos que puede ser muy determinante siempre y cuando adquiera mayor capacidad organizativa y delimite mejor tareas y fines. Ya no convence la noción restringida de intelectual, las personas públicamente reconocidas como tales que pontifican o predican u opinan en torno a todos los temas. Los intelectuales son un sector mucho más amplío y cumplen funciones muy diversificadas. No se puede ahora imponerles visiones redentoras, pero tampoco es posible dejar de exigirles responsabilidad en su desempeño público. Por lo menos, que haya honestidad intelectual. En cuanto a la intervención cívica, cada quien decide si permanece como francotirador, si milita o si se queda en su casa. Sobre eso no hay normas.

"Los intelectuales son un sector mucho más amplio. Ya no vale imponerles visiones redentoras, pero tampoco es posible dejar de exigirles responsabilidad en su desempeño público".

Creo que sería muy importante una acción coaligada de los intelectuales; pero es tiempo de ampliar el concepto y considerar como intelectuales a los maestros de primaria por ejemplo, a quienes no se les ha querido dar ese gracioso título por el enorme clasismo de nuestra sociedad. Es hora de reco­nocer que la rehabilitación general de la sociedad mexicana viene también de la participación importante de sec­tores como los maestros de primaria y que actualmente, por los problemas enormes de la corrupción del SNTE, que es una verdadera desgracia na­cional y por el clasismo del intelectual tradicional, y por la desigualdad so­cial, no cumplen plenamente la gran tarea que de ellos requerimos. Si se está hablando de la participación de los intelectuales, será precisa la destacadísima intervención de los pro­fesores de primaria y secundaria, entre otros conjuntos; si no, todo se arrincona en la presunción sincera a la' demagogia de veinte o treinta perso­nas pontificando.
—¿Le das mucha importancia a la educación para un cambio en el país?
—Bueno, no le doy la importancia que le ciaban los liberales del XIX; no digo que educar es poblar, ni emulo la pasión didáctica de Sarmiento o de Vasconcelos: pero es evidente que pa­ra que la educación esté a la altura ele la enorme importancia que se le atribuye, debe democratizarse. Eso Iván Ilich lo vio inmejorablemente, el modo en que se ha transformado esa pasión liberal por la enseñanza en una forma más de a serie de operaciones reductoras del clasismo, el culto a la escolaridad con su idea decapitadora que ya le vendió a la sociedad: quien no la hace en la escuela no la hizo en la vida. Si una de las grandes salidas formativas del país es la educación, habrá que adecuarla a las necesidades de las mayorías y habrá que despo­jarla de su función trituradora. Hoy es todavía en buena medida un concepto inalcanzable y desalentador.
—Si vemos que el sistema capitalis­ta se está desmembrando por sí mis­mo, ¿qué alternativas le ves al país?
— Hablar hoy de las alternativas del país es un tanto presuntuoso, no se le ven demasiadas y hay que garantizar la sobrevivencia para después iniciar la búsqueda de alternativas. Pero es­toy seguro, aún ahora, de que todas las tareas que no estén encaminadas a facilitar y crear una mentalidad soli­daria y socialista son un poco inútiles.
México necesita ser una nación dis­tinta, y eso involucra sentido comuni­tario, solidaridad y deseo de acabar con la desigualdad. Claro, hablar de una frase, no quiere decir nada si no inten­tamos democratizar al mismo tiempo las funciones de los partidos, de los sindicatos, de los grupos, porque no es posible desatender la experiencia del socialismo real, los crímenes y de­sastres a que conduce un socialismo no integrado a un espíritu humanista y a prácticas democráticas. Me parece que es demasiado aleccionador el so­cialismo real, un socialismo que según muchos lo más práctico sería no defi­nir ya como socialismo; pero aún así por razones históricas lo consideramos así.

Continuará…

Representación teatral basada en la novela "Por sobredosis"

Los bachilleres de los 90 desde la perspectiva de Fidencio González Montes y su "Ritual de la banda"

"Me considero un narrador, lo mío es la prosa, siento que la domino y se me da en forma natural", dijo Fidencio González Montes, autor de la novela El ritual de la banda, obra ambien­tada en los años 90 que narra las aventuras de Priscila, una joven estudiante del Plantel 10-Aeropuerto que sueña con ser la máxima estrella del rock nacional.
En entrevista con Gaceta, Fidencio González co­mentó que desde joven comenzó su gusto por la escri­tura. Soy de Poza Rica, Veracruz, y en mi época había poca difusión de la cultura, así que mis primeras lectu­ras fueron Las aventuras de El Santo, El Valiente, Juan Sin Miedo y con base en ello me despertó la necesidad de contar una historia; siento que es algo con lo que uno ya nace.
Agregó que a los 17 años, cuando llegó a la Ciudad de México y se inscribió en el Colegio de Ciencias y Humanidades-Azcapotzalco, tuvo la inquietud de escribir, pero no contaba con la formación profesional necesa­ria; sin embargo, con el paso de los años, la experiencia y una adecuada instrucción literaria tuvo la oportuni­dad de recrear diversas historias.
El título de su obra El ritual de la banda, ganadora de la XV edición del premio de literatura juvenil Gran Angular, hace alusión a una banda de música; la prota­gonista —precisó— es una rockstar anónima y la banda es el grupo de amigos con quienes convive.
Para escribir una novela verosímil sostuvo conversa­ciones con sus hijas, quienes fueron alumnas del Plantel 10 Aeropuerto. Ellas me describieron su escuela y sus alrededores, que son los escenarios en donde se desa­rrolla la historia.
Según el autor, dada su intención de hacer una ra­diografía de la generación de los 90, recurrió a diversos personajes con distintas problemáticas, cuyas caracte­rísticas eran una total despolitización y apatía, a dife­rencia de la juventud de los años 60, que se distinguió por ser rebelde y contestataria.
Nuestro entrevistado aprovechó este espacio para exhortar a los bachilleres a acercarse a la literatura, ya que es una buena manera de mejorar la enseñanza. La literatura no está alejada de la realidad, es la vida mis­ma, apuntó.

Fidencio González Montes estudió periodismo y co­municación colectiva en la Universidad Nacional Au­tónoma de México. Ha trabajado como guionista de televisión, fue ganador del Premio Nacional de Cuento Ermilo Abreu Gómez y ha publicado Trágico a medias, Salvación por todos mis amigos, La última vida de un gato y, Por sobredosis.
El premio Gran Angular nació en España en 1978, y desde 1996 Ediciones SM, organizadora del certamen, y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), convocan anualmente a los escritores radicados en México a participar, con la finalidad de promover la creación literaria y fomentar la lectura entre el público juvenil de textos de calidad. Algunos de los ganadores dé premio en nuestro país son: Antonio Abascal Díaz B., Jaime Alfonso Sandoval, Gilberto Rendón Ortiz, Anto­nio Malpica y Alicia Madrazo.
[Texto publicado en Gaceta. Órgano Informativo del Colegio de Bachilleres, año XXXI, núm. 69, 1 de junio de 2011, p. 7.]

Originario de Poza Rica, Veracruz, Fi­dencio González Montes (1954) tiene una prolífica historia como escritor de textos para niños y jóvenes: es autor de Trágico a medias, Salvación por todos mis amigos, La última vida de un gato y, el año pasado, quedó finalista del Premio Gran Angular con Por sobredosis, novela publicada en la Serie Alerta Roja de SM. Por toda esta experiencia acumulada sabe que, al tratar de razonar con los jóve­nes desde la posición de padre, maestro o tutor, no se logra mucho. Por eso desde que empezó a escribir El ritual de la banda tenía claro que quería redactar un texto escrito en primera persona, a manera de un diario, con la intención de que su joven lector se sintiera el confidente y cómplice de la protagonista de la novela en cuestión.
—Como autor de cuentos para niños a mí no me gusta tomar ese papel de psicó­logo, de maestro regañón o de padre an­gustiado. En mi anterior novela: Por sobredosis, traté de tomar una distancia de ese juicio moral al poner en la voz del protagonista, que relata en primera per­sona, cómo dejó ir su vida por consumir drogas. Este muchacho se excedió y cier­to día amaneció muerto. Ahí empieza la novela. En Por sobredosis quise poner de manifiesto ante los lectores que aunque tengas apenas 17 años también te puedes morir. En cambio, El ritual de la banda empieza con Priscila escribiendo en su diario y transcurren más o menos cinco años hasta donde ella cuenta su propia historia. Hacia el final, Priscila va hacien­do sus propios juicios, va asumiendo la responsabilidad de sus actos y, de alguna manera, va adquiriendo cierta madurez.
—Si bien los adolescentes son impul­sivos e inexpertos, son muy conscientes de lo que es correcto y lo que no lo es...—Eso es lo que refleja Priscila. Ella misma empieza a ver su vida pasada a una determinada distancia y va cobran­do conciencia de que si sigue cometien­do equivocaciones le irá muy mal. Esta muchacha tiene la oportunidad de reconocer hasta qué punto ha estado equi­vocada; pero, a diferencia del personaje que describí en Por sobredosis, ella sí tiene oportunidad de empezar a dirigir su vida con una finalidad clara. Lo malo es que se niega a buscar ayuda profesio­nal: sigue explorando formas de salir de su situación, que tampoco son adecua­das. Priscila empieza por rebelarse con sus padres y termina disgustándose con su pareja. Creo que los lectores del libro podrán hacer su propio juicio de Prisci­la, pero también pueden aprender algo de la experiencia ficticia que les cuenta una muchacha de su edad.
—¿Por qué eligió la década de los no­venta para ambientar su trama?—Mi personaje principal nació a par­tir de una vivencia con mi hija mayor. A grandes rasgos ella me dio la idea de na­rrar lo que le pasa a una muchacha que se quiere revelar apenas cumple los 18. Como casi todos los muchachos de su edad, la joven quiere negar toda una formación que ha recibido de su familia. Y eso implica que reniegue también de to­das las instituciones, principalmente de su escuela y de su religión. Mi personaje manifiesta su rebeldía yendo en contra de todo lo que le han enseñado. Mi hija ma­yor vivió su adolescencia en la década de 1990: básicamente por eso la ubico en esa etapa; pero un factor que influyó en que eligiera ese espacio temporal fue que, desde mi punto de vista, entre 1970 y 1980 el rock era más contestatario. Eran los tiempos en que se escuchaba a Jim Morrison o a Janis Joplin. De algún modo quise que la música y esos epígrafes que incluí entre los capítulos, donde mi protagonista narra sus aventuras, también le dijeran a mi lector algo más sobre las cosas que ocurrían alrededor. Me ha tocado ser testigo de cómo a partir de la década de 1990 el rock ha sido domesti­cado, comercializado, avasallado. Esta chica toma el rock como una fuga, pero no pasa de ser para ella un asunto superficial, dado que no está dispuesta a comprometerse ni siquiera con lo que ella asegura que es su más grande ilusión: ser la voz principal de un grupo de rock.
—Dejando a un lado la época, las preocupaciones de los adolescentes de antaño parecen ser vigentes hoy en día. ¿Le resultó difícil hablar sobre temas como la violencia en la escuela o en la pareja?—En la tesis central que me propuse inicialmente no tenía nada de eso en mente. Conforme la escribía, la trama fue cambiando hasta irse convirtiendo en la narración de distintos pasajes de la vida de Priscila. Para ello la fui rodeando de otros muchachos, de sus amigos, de un novio, y procuré que todos fueran representativos de distintos tipos de adolescentes. Es posible que el contexto temporal en el que coloqué a mi protagonista haya sido menos violento que e actual. Lo sorprendente de la creación literaria es que a uno como autor lo con duce a sitios insospechados. Todo esté trabajo me llevó unos cuatro o cinco años de observación, de estar encontrando una estructura literaria adecuada pues no quería que fuera lineal. En términos narrativos me importaba mucho marcar de una manera simbólica el final de la infancia, de ahí que me concentrar demasiado en captar la psicología de una mujer. Ambos me parecieron grandes retos, ya que no quería que se transparentara mi personalidad masculina.