jueves, 23 de junio de 2011

Entrevista a Carlos Monsiváis. Primera parte


HAY QUE REENCAUZAR EL CONCEPTO DE SOCIALISMO: CARLOS MONSIVÁIS

OPINA QUE EN MEXICO NO HAY IDENTIDAD NACIONAL

Carlos Monsivais, escritor y analista agudo, habló extensamente en una en­trevista para PUNTO. Opina, entre otras cosas, que la educación, que en buena medida es un concepto inalcan­zable y desalentador, hay que ade­cuarla a las necesidades de las mayo­rías y considera que no existe en Méxi­co una identidad nacional, sino una comunidad nacional que es necesario defender.
Polémico, crítico, lúcido, inteligen­te, a veces sarcástico, frecuentemente humorista agudo y siempre compro­metido, profundamente comprometi­do con una clara línea de pensamien­to, Monsivais, el hombre al que suele verse por las noches deambulando por la Zona Rosa con una maleta llena de libros, conversó, grabadora de por me­dio, durante varias jornadas de varias horas para abordar temas muy diver­sos.
Tras una pausa impuesta por algu­nos de los muchos compromisos de Carlos —una conferencia en Veracruz, una plática, en Durango, etc., etc., la entrevista tentativamente habrá de continuar. Mucho es lo que periodísticamente habría que conver­sar con Carlos, o, dicho con mayor precisión, lo que a PUNTO se le anto­ja que Carlos conversaría con los lec­tores. Por ahora, ofrecería esta prime­ra parte.
Valiente siempre, Carlos no vacila en hablar del socialismo y decir que lo que pasa hoy en la URSS, en Polonia y en Checoeslovaquia, "demuestra la necesidad de reencauzar mundialmente la idea de socialismo" y ya en la perspectiva mexicana, "la construc­ción de ésta mentalidad socialista, debería fundarse en prácticas directas y vivas de la democracia, para empe­zar, en los partidos políticos".
Pero dejemos que transcurra el diálogo sostenido con Monsivais, tal como lo registra la grabadora:
—Una parte considerable de Días de Guardar se refiere al Movimiento Estudiantil del 68, ¿qué ha sucedido con el país hasta la fecha?
—En una síntesis muy forzada, creo que del 68 a la fecha se han dado procesos muy radicales que hoy se ven detenidos o amenguados por la brutalidad de la crisis. Primero, el espíritu del 68 cambió la concepción de Méxi­co de una minoría, proveniente de las universidades —lo que podría llamar­se con todas las comillas del caso "mi­noría ilustrada"; se liquidó una creen­cia en la vitalidad indefinida del sistema de la Revolución Mexicana y se exigió la democratización como un re­quisito indispensable, garantía elemen­tal para las clases medias, a) Si la exi­gencia de democratización fue cuajando tan lentamente, fue por la absoluta falta de tradición al respecto, b) El marxismo, conocimiento muy es­pecífico se difundió como un conoci­miento ampliamente socializado, c) La magnitud del crecimiento demo­gráfico, la intercomunicación con el mundo entero y el desarrollo general de la sociedad, dieron lugar a una serie de fenómenos nuevos, en lo político, en lo social, en lo cultural, en lo sexual.
Se han dado transformaciones muy positivas, se ha ampliado el medio cultural, hay mucha tolerancia, hay una conciencia muy extendida de la injusticia social, del machismo, de las desventajas estructurales del capitalis­mo. También se atiende con más inte­rés todo lo que tiene que ver con vida cotidiana.
Luego, todo el aparato mismo, el PRI —como-modo-de-vida— se desintegró y con elijo el proyecto de na­ción que conducía al país desde Mi­guel Alemán y que termina con el de­sastre financiero y político de López Portillo, ahora localizado en la corrupción, pero cuya problemática es muchísimo más amplia y define ta­jantemente el destino del capitalismo nacional, una ruina sólo productiva para unos cuantos, una historia de sa­queo, estupidez, demagogia, crimen y beneficios ocasionales y mínimos para el pueblo.
Ahora no se observa con tanta clari­dad el fin de este proyecto porque vi­vimos una enorme desmovilización, hay un gasto sicológico evidente en todos nosotros, hay desesperanza, irracionalidad, un avance desmesura­do de las posiciones de la derecha, un clima pre fascista que alimentan la conjunción del clero, la iniciativa pri­vada, los partidos de la derecha popu­lista y ese sector de crítica epidérmica cuya solución notoria es la exigencia de mano dura.
Estos son los datos primeros de 1a entrada al famoso túnel; el país, enriquece años, es ya otro, absolutamen­te distinto, y un sector considerable tiene mucha mayor conciencia de sus limitaciones, de los alcances de la vida democrática y de la necesidad de for­talecer la sociedad civil. En estos años se han desarrollado figuras nuevas an­tes impensables, figuras como las lideresas radicales de colonias populares o como Rosario Ibarra de Piedra con su campaña obsesiva por la presentación de los desaparecidos. Hay un paisaje humano distinto: los jóvenes líderes de las comunidades indígenas, los nuevos dirigentes del sindicalismo que desea ser independiente, las feministas, los ecologistas.
Incluso el sistema se ha renovado favoreciendo a los "tecnócratas" y postergando a los políticos, cuya per­sonalidad más visible sería Fidel Velázquez. Está surgiendo otro país, ahora al parecer aplacado y pospues­to por la ferocidad de la crisis, pero con enormes posibilidades de de­sarrollo. Ante esto es imposible no ser optimista, aunque es imposible tam­poco no ser pesimista a corto plazo. Si hay la inteligencia social suficiente para hurtarle el cuerpo a las formas más rabiosas de la crisis, la crisis especializará positivamente al país, y le dará cuerpo a sus esperanzas de­mocráticas, porque es evidente" que el proyecto nacional del sistema de la Revolución Mexicana que trazó Mi­guel Alemán y apuntaló Díaz Ordaz ya no podía dar de sí al destruirse la credulidad del boom petrolero y al ha­cerse claro el mensaje de la suficiencia de López Portillo. El proyecto na­cional que venga —si no tienen éxito los promotores del fascismo, que espe­remos que no lo tengan— será forzosamente más democrático y mucho más variado.
—¿Qué se ha hecho en los últimos tiempos para democratizar la cultura?
—De parte del estado se había continuado una política de apoyos sustanciales a la industria editorial, a los grupos de artistas e intelectuales, a las formas más prestigiosas de vida cultural. Se ejerció la generosidad presupuestal en todo lo relativo a en­señanza superior, se vertieron sumas pródigas sobre el sistema de universi­dades —muy especialmente a la UNAM—; pero esto llegó a su límite con las restricciones de la crisis. El Es­tado, munífico y proveedor, ha va­riado su rostro, se ha hecho tacaño a la fuerza, volvió a considerar la cul­tura como un don secundario. El Me­cenas se retracta: se recortan los pre­supuestos de las universidades —en es­pecial las de provincia, con menos ca­pacidad de presión política—; se magnifica el caos criminal en todo lo que se refiere a libro; se liquida cualquier crecimiento de la industria editorial. El empobrecimiento súbito obliga a retornar a las concepciones que se creían extinguidas y a contemplar otra vez a la cultura como la causa de bienes superfluos, no una necesidad vital del pueblo, no un bien básico, sino una contingencia prescindible.

¿Es ornamental la cultura?
—Sí hombre, la verdad es que la cultura ha sido una de las más afectadas.
—No se reprime exactamente a la cultura; se la deja liberada a su suerte privatizada. En los sexenios anteriores no había una política cultural muy precisa; y si la crisis obliga a jerarquizar, la tradición disponible señala que la cultura es algo bonito cuando se puede, pero hasta ahí. El aparato político expresa muy claramente su propia relación con la cultura: superficial, epidérmica y rentable propagandísticamente. Cuando hubo mucho dinero, algo se gastó, y el Festival Cervantino fue el síndrome del nuevo rico. Ahora somos subpetroleros y del conjunto del aparato político —pese a las buenas intenciones de algunos funcionarios— sólo se desprenden medidas absurdas y liquidadoras que amenazan con cerrarle a los jóvenes el camino de la lectura, de la música, de las artes plásticas, de las visiones humanistas. Se empobrece aún más el panorama universitario, se cercenan presupuestos, se le recuerda a la cultura su condición degradada. ¿A qué se debe todo esto? Básicamente a que en la concepción política dominante el papel de la cultura es ornamental y remoto.
—En dado caso que tú pudieras promover la cultura, ¿qué medidas inmediatas tomarías para impulsarla?
—Yo no me veo ejerciendo funciones de gobierno, ni siquiera en el más frenético de mis ensueños personales. No esto que yo haría, porque no son las personas quienes deben tomar medidas, es ya asunto de una comunidad. Pero una entrevista es un proyecto de mando instantáneo y efímero, y obedezco las reglas. Creo que lo conducente es modificar considerablemente la idea del proceso cultural. La crisis está demostrando lo escueto, lo ridículo de un aparato cultural dedicado a minorías tan estrictas. Se necesita pensar generosamente en términos de una nación y para ello hay que pensar ya en editoriales con tiros masivos; hay que seguir la política de las orquestas que recorren todo el país y las grandes exposiciones para millones de personas. Necesitamos democratizar y hacer racional el proceso de la televisión y de la radio, necesitamos una programación digna —incluso se diría humana— en las 90 estaciones de televisión y casi 900 estaciones de radio; necesitamos una política cinematográfica que no se proponga embrutecer con facilismos populacheros; que se regule una política cultural que dignifique la vida de las mayorías y respete las exigencias legítimas de las minorías. Para ello debe liquidarse ese papel del Estado padre y patrón, el Estado generoso, el Estado mecenas. El Estado no tiene por qué mostrarnos su tutela, ni por qué ejercer la tutoría: tiene que cumplir obligaciones del modo más racional. Esa idea de los funcionarios (ellos como los "dadores de bienes") ya no es tolerable; los funcionarios son servidores públicos y en el aspecto de la cultura la tradición ha sido considerarlos jerarcas, no servidores públicos.
¿Y cuál sería el proceso para que ocurriese lo que acabas de proponer?
—Que la sociedad civil participe crítica e inteligentemente, que haya discusiones libres, fundamentaciones del ejercicio del gasto. Si no hay dinero —como no lo hay—, debe tomarse la estrategia pertinente. ¿Qué interesa más, el apantalle o la construcción de una infraestructura: conservatorios, museos, escuelas de teatro y danza, sistema nacional de bibliotecas, editoriales para público masivo? No basta decir que no hay dinero, nos urge saber cuáles son los criterios de la jerarquización del gasto cultural. Democratización educativa
—¿La influencia de los intelec­tuales en los momentos de crisis es de­cisiva, participan en la concientización de la gente?
—La influencia actual de los intelectuales es casi nula; pero en este momento ningún sector puede presumir de influencia, no es asunto nada más de los intelectuales. Si entendemos por intelectuales el ya muy numeroso sector surgido y arraigado en las universidades, aceptemos que puede ser muy determinante siempre y cuando adquiera mayor capacidad organizativa y delimite mejor tareas y fines. Ya no convence la noción restringida de intelectual, las personas públicamente reconocidas como tales que pontifican o predican u opinan en torno a todos los temas. Los intelectuales son un sector mucho más amplío y cumplen funciones muy diversificadas. No se puede ahora imponerles visiones redentoras, pero tampoco es posible dejar de exigirles responsabilidad en su desempeño público. Por lo menos, que haya honestidad intelectual. En cuanto a la intervención cívica, cada quien decide si permanece como francotirador, si milita o si se queda en su casa. Sobre eso no hay normas.

"Los intelectuales son un sector mucho más amplio. Ya no vale imponerles visiones redentoras, pero tampoco es posible dejar de exigirles responsabilidad en su desempeño público".

Creo que sería muy importante una acción coaligada de los intelectuales; pero es tiempo de ampliar el concepto y considerar como intelectuales a los maestros de primaria por ejemplo, a quienes no se les ha querido dar ese gracioso título por el enorme clasismo de nuestra sociedad. Es hora de reco­nocer que la rehabilitación general de la sociedad mexicana viene también de la participación importante de sec­tores como los maestros de primaria y que actualmente, por los problemas enormes de la corrupción del SNTE, que es una verdadera desgracia na­cional y por el clasismo del intelectual tradicional, y por la desigualdad so­cial, no cumplen plenamente la gran tarea que de ellos requerimos. Si se está hablando de la participación de los intelectuales, será precisa la destacadísima intervención de los pro­fesores de primaria y secundaria, entre otros conjuntos; si no, todo se arrincona en la presunción sincera a la' demagogia de veinte o treinta perso­nas pontificando.
—¿Le das mucha importancia a la educación para un cambio en el país?
—Bueno, no le doy la importancia que le ciaban los liberales del XIX; no digo que educar es poblar, ni emulo la pasión didáctica de Sarmiento o de Vasconcelos: pero es evidente que pa­ra que la educación esté a la altura ele la enorme importancia que se le atribuye, debe democratizarse. Eso Iván Ilich lo vio inmejorablemente, el modo en que se ha transformado esa pasión liberal por la enseñanza en una forma más de a serie de operaciones reductoras del clasismo, el culto a la escolaridad con su idea decapitadora que ya le vendió a la sociedad: quien no la hace en la escuela no la hizo en la vida. Si una de las grandes salidas formativas del país es la educación, habrá que adecuarla a las necesidades de las mayorías y habrá que despo­jarla de su función trituradora. Hoy es todavía en buena medida un concepto inalcanzable y desalentador.
—Si vemos que el sistema capitalis­ta se está desmembrando por sí mis­mo, ¿qué alternativas le ves al país?
— Hablar hoy de las alternativas del país es un tanto presuntuoso, no se le ven demasiadas y hay que garantizar la sobrevivencia para después iniciar la búsqueda de alternativas. Pero es­toy seguro, aún ahora, de que todas las tareas que no estén encaminadas a facilitar y crear una mentalidad soli­daria y socialista son un poco inútiles.
México necesita ser una nación dis­tinta, y eso involucra sentido comuni­tario, solidaridad y deseo de acabar con la desigualdad. Claro, hablar de una frase, no quiere decir nada si no inten­tamos democratizar al mismo tiempo las funciones de los partidos, de los sindicatos, de los grupos, porque no es posible desatender la experiencia del socialismo real, los crímenes y de­sastres a que conduce un socialismo no integrado a un espíritu humanista y a prácticas democráticas. Me parece que es demasiado aleccionador el so­cialismo real, un socialismo que según muchos lo más práctico sería no defi­nir ya como socialismo; pero aún así por razones históricas lo consideramos así.

Continuará…

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