Originario de Poza Rica, Veracruz, Fidencio González Montes (1954) tiene una prolífica historia como escritor de textos para niños y jóvenes: es autor de Trágico a medias, Salvación por todos mis amigos, La última vida de un gato y, el año pasado, quedó finalista del Premio Gran Angular con Por sobredosis, novela publicada en la Serie Alerta Roja de SM. Por toda esta experiencia acumulada sabe que, al tratar de razonar con los jóvenes desde la posición de padre, maestro o tutor, no se logra mucho. Por eso desde que empezó a escribir El ritual de la banda tenía claro que quería redactar un texto escrito en primera persona, a manera de un diario, con la intención de que su joven lector se sintiera el confidente y cómplice de la protagonista de la novela en cuestión.
—Como autor de cuentos para niños a mí no me gusta tomar ese papel de psicólogo, de maestro regañón o de padre angustiado. En mi anterior novela: Por sobredosis, traté de tomar una distancia de ese juicio moral al poner en la voz del protagonista, que relata en primera persona, cómo dejó ir su vida por consumir drogas. Este muchacho se excedió y cierto día amaneció muerto. Ahí empieza la novela. En Por sobredosis quise poner de manifiesto ante los lectores que aunque tengas apenas 17 años también te puedes morir. En cambio, El ritual de la banda empieza con Priscila escribiendo en su diario y transcurren más o menos cinco años hasta donde ella cuenta su propia historia. Hacia el final, Priscila va haciendo sus propios juicios, va asumiendo la responsabilidad de sus actos y, de alguna manera, va adquiriendo cierta madurez.
—Si bien los adolescentes son impulsivos e inexpertos, son muy conscientes de lo que es correcto y lo que no lo es...—Eso es lo que refleja Priscila. Ella misma empieza a ver su vida pasada a una determinada distancia y va cobrando conciencia de que si sigue cometiendo equivocaciones le irá muy mal. Esta muchacha tiene la oportunidad de reconocer hasta qué punto ha estado equivocada; pero, a diferencia del personaje que describí en Por sobredosis, ella sí tiene oportunidad de empezar a dirigir su vida con una finalidad clara. Lo malo es que se niega a buscar ayuda profesional: sigue explorando formas de salir de su situación, que tampoco son adecuadas. Priscila empieza por rebelarse con sus padres y termina disgustándose con su pareja. Creo que los lectores del libro podrán hacer su propio juicio de Priscila, pero también pueden aprender algo de la experiencia ficticia que les cuenta una muchacha de su edad.
—¿Por qué eligió la década de los noventa para ambientar su trama?—Mi personaje principal nació a partir de una vivencia con mi hija mayor. A grandes rasgos ella me dio la idea de narrar lo que le pasa a una muchacha que se quiere revelar apenas cumple los 18. Como casi todos los muchachos de su edad, la joven quiere negar toda una formación que ha recibido de su familia. Y eso implica que reniegue también de todas las instituciones, principalmente de su escuela y de su religión. Mi personaje manifiesta su rebeldía yendo en contra de todo lo que le han enseñado. Mi hija mayor vivió su adolescencia en la década de 1990: básicamente por eso la ubico en esa etapa; pero un factor que influyó en que eligiera ese espacio temporal fue que, desde mi punto de vista, entre 1970 y 1980 el rock era más contestatario. Eran los tiempos en que se escuchaba a Jim Morrison o a Janis Joplin. De algún modo quise que la música y esos epígrafes que incluí entre los capítulos, donde mi protagonista narra sus aventuras, también le dijeran a mi lector algo más sobre las cosas que ocurrían alrededor. Me ha tocado ser testigo de cómo a partir de la década de 1990 el rock ha sido domesticado, comercializado, avasallado. Esta chica toma el rock como una fuga, pero no pasa de ser para ella un asunto superficial, dado que no está dispuesta a comprometerse ni siquiera con lo que ella asegura que es su más grande ilusión: ser la voz principal de un grupo de rock.
—Dejando a un lado la época, las preocupaciones de los adolescentes de antaño parecen ser vigentes hoy en día. ¿Le resultó difícil hablar sobre temas como la violencia en la escuela o en la pareja?—En la tesis central que me propuse inicialmente no tenía nada de eso en mente. Conforme la escribía, la trama fue cambiando hasta irse convirtiendo en la narración de distintos pasajes de la vida de Priscila. Para ello la fui rodeando de otros muchachos, de sus amigos, de un novio, y procuré que todos fueran representativos de distintos tipos de adolescentes. Es posible que el contexto temporal en el que coloqué a mi protagonista haya sido menos violento que e actual. Lo sorprendente de la creación literaria es que a uno como autor lo con duce a sitios insospechados. Todo esté trabajo me llevó unos cuatro o cinco años de observación, de estar encontrando una estructura literaria adecuada pues no quería que fuera lineal. En términos narrativos me importaba mucho marcar de una manera simbólica el final de la infancia, de ahí que me concentrar demasiado en captar la psicología de una mujer. Ambos me parecieron grandes retos, ya que no quería que se transparentara mi personalidad masculina.
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