jueves, 23 de junio de 2011

Entrevista a Carlos Monsiváis. Segunda parte

LA MAFIA LITERARIA, UN NOMBRE HUMORÍSTICO DE SUS DETRACTORES

SOY UN INCOMPRENDIDO DE MI MISMO: CARLOS MONSIVÁIS

Sin abandonar su deliciosa ironía, Carlos Monsiváis, crítico y autocrítico, desmistifica a la otrora famosa "mafia literaria", habla de la libertad de pren­sa, se ocupa de la crítica y se estremece ante libros como la "Crítica literaria" del Colegio de México, se confiesa inca­paz para cualquier tarea administrati­va y finalmente describe sus propios de­fectos. En esa forma, Monsiváis, tras declinar la invitación para hablar de su vida "porque no tiene por qué andar de página en página" y "tengo mala me­moria para esas cosas", concluye la entrevista con PUNTO. He aquí la se­gunda parte de ese diálogo con nuestro semanario:
—¿Cómo ves el panorama cultural con respecto al de la época de México en la Cultura?
— Sin necesidad de poner a competir las épocas, sí es evidente el avance democratizador de las dos últimas déca­das aunado al estallido sorpresivo —beneficios y maleficios del petróleo— de editoriales, instituciones de cultura, patrocinios y estímulos eco­nómicos, becas, instituciones de difu­sión cultural, cielos de conferencias, casas de cultura en todo el país, semina­rios, talleres de poesía, talleres de narrativa, de ensayo, de periodismo, etc. En los cincuentas había un suple­mento único: México en la cultura; dos revistas (Revista Mexicana de Literatu­ra y la Revista de la Universidad); un grupo necesariamente dominante por­que era el de mejor calidad; un cine club; un grupo teatral. Hoy en la proliferación de un país de 70 millones de habitantes, las formas de cultura en su modesto modo corresponden ala explo­sión demográfica. Esto ahora corre pe­ligro de estancarse, en especial por la si­tuación casi agónica de la industria edi­torial.
— ¿En esa época fue cuando nació la famosa Mafia?
—La Mafia fue el sector cultural más notorio de una época, que de una manera u otra traducía una exigencia de cali­dad y de rigor y que por la presión de sus oponentes, de gente que se sentía excluida, fue configurándose como grupo; pero fue un hecho condicionado —como suele ser— por el resentimiento externo. No era un grupo, era un círculo amplio de amigos con publicaciones que elegían sus colaboradores. Es inevi­table: cada publicación va eligiendo quienes la integran y quienes la escri­ben. En última instancia, la idea de la Mafia fue a posteriori. Primero hubo el cerco de los detractores y luego la adop­ción humorística de este nombre para divertirse a costa dé los sentimientos y la frustración circundantes, pero la reali­dad literaria no respondió a ninguna política de exclusión, siguió siendo asunto de los distintos desarrollos de creadores individuales. Pasó el momen­to del juego cultural de los 60's, llegó el 68 y todo eso terminó; ya no hubo inte­rés o posibilidad de sostener un chiste compartido, un juego privado y públi­co que no pertenecía a ninguna rea­lidad.
—Sin embargo se dice que todavía hay resabios de la Mafia y que eso se no­ta en el suplemento cultural de Siempre, donde con tus amigos eres bastante benévolo y con gente con la que no compartes premisas lite­rarias o ideológicas eres muy duro. ¿Qué hay de cierto?
—Aquí te va mi versión de los hechos. En primer lugar, este rumor nunca in­tenta pasar de ese nivel, ni nadie da pruebas. Es sólo una calumnia basada en el hecho de que pocos leen y muchos escuchan. Además, ese suplemento de ninguna manera es el más leído, ni el más difundido, no puede compararse en importancia con el suplemento cul­tural de Uno más uno; Sábado sin duda llega a mucha mayor cantidad de gen­te. Pero ya argumentar esto me parece demasiada concesión a un triste infundio.
Por qué no se hace un verdadero y do­cumentado examen de las políticas lite­rarias y se deja todo a una especulación en el aire que jamás y por ningún motivo prueba algo. Todo se va en inventar conspiraciones. Por lo que a mí respecta, mi única obligación es respetar el de­recho de la crítica así ésta no corresponda a mi criterio personal y la sienta a ve­ces excesiva, injusta. Pero mi deber, en esas modestas 16 páginas semanales, es respetar el derecho de la crítica si está razonada aceptablemente. Lo que pasa es que priva o rige aún una teoría de la conspiración y algunos escritores están decididos a creer que toda crítica es un complot en su contra, que no existen críticos que por su cuenta y riesgo lean los libros y deriven de allí conclusiones, las expresen, etc. Es más fácil, en lugar de enfrentarse a esa crítica concreta, denunciar una conspiración y darle a la conspiración un nombre y una mente organizadora. Yo a tal fantasía presecutoria opongo mi creencia en la necesi­dad de una crítica expresada libremen­te.
Lo más importante y saludable para una literatura es la ampliación al tem­peramento crítico y ésto implica tam­bién la decisión de juzgar a una literatu­ra sin paternalismos, ni devoción perdonadora, ni ganas de multiplicar cada semana a Joyce, Proust o Rulfo. Ahora, que de la decisión de una serie de críticos en una publicación específica, de ningún modo la más leída ni la que domina de lejos un panorama cultural tan variado, se extraiga la visión de una mafia, es un acto de resentimiento cu­rioso y chusco.
— ¿Tú crees, Carlos, que en México haya una verdadera crítica en todos los órdenes de las artes?
— Hay una mayor capacidad insta­lada por el acceso natural a varios idiomas, por la multiplicación de edito­riales, por la facilidad (amenazada) de conseguir libros que todavía en los años 50's resultaban imposibles.
Advierto el principio de una crítica muy estimulante, aunque todavía el trabajo supuestamente académico no me convence en lo absoluto, me aburre, me resulta el costoso parto de los montes, demasiado ligada a la moda, como ha sido el melancólico caso de casi todos los intentos de adaptación del estructuralismo a la crítica literaria en México. Me estremezco al pensar en algunos libros de "Crítica literaria" del Colegio de México.
— Como coordinador de una sec­ción cultural que eres, ¿cuándo consi­deras que una crítica es buena?
— Cuando cumple con la encomien­da de informar suficientemente al lec­tor sobre el tema en cuestión, de prove­erlo con antecedentes y un breve análisis y alentarlo o estimularlo. Por encima de todo, una buena crítica esta bien, y necesariamente, un producto literario. Si no está bien escrita, o por lo menos decorosamente redactada, no me inte­resa... Pero ninguna publicación se atiene sólo a los materiales excelentes si tiene que cumplir el requisito de llenar semanalmente determinado número de páginas.
— ¿Te atreverías a dar los nombres de los mejores críticos?
— Mira, lo malo de establecer una nómina de preferencias es que estable­ces de inmediato una nómina de ausen­cias. Por eso me niego a declarar mi lista de gurúes, o mi hit parade de críticos que se dan en distintos grupos, colabo­ran en diversas publicaciones y hacen el esfuerzo por garantizar los mínimos derechos de los espectadores del cine, el teatro, las artes plásticas, la poesía, la novela, el ensayo, la historia, la danza. Hay una proliferación que será extraor­dinaria.
— Carlos, cuando escribes a qué le das más importancia ¿al hecho político o al literario?
—Espero que al literario. Algunas veces, cuando hago un tipo de periodis­mo, sí le doy más importancia a lo político, pero aún así confío en proseguir con una práctica literaria que de­termina mi visión del hecho político. Yo no me considero primordialmente un escritor político ni mucho menos.
— ¿Qué eres entonces?
— Un cronista, un ensayista, un pe­riodista.
— ¿Has hecho novela o poesía?
— No, he traducido poesía que es una forma de hacer poesía.
— ¿Y por qué no la ficción?
— Porque todavía escribir narrativa no es una obligación constitucional. En todo caso Nuevo Catecismo para Indios Remisos es un intento narrativo pero no surgió para cumplir con la obligación de cada hombre antes de morir: entre­garle el manuscrito de su novela recién terminada a sus hijos y nietos. Se me dio la oportunidad de escribir un libro de fábulas y lo hice. Quizá ahora termine un proyecto de un libro de cuentos poli­ciales, pero no es por el afán de cumplir con ese rayo celeste que nos manda a to­dos emular el destino de Hemingway, de Scott Fitzgerald, de Dos Pasos, de Manuel Payno, sino por un gusto o sen­tido de la diversión o lo que tú quieras.
— ¿Cómo te nació el gusto por escri­bir el Nuevo Catecismo Para Indios Remísos?
— Como casi todo lo que me ha suce­dido, al principio fue una petición ex­terna. Mis amigos de la galería Arvil me llamaron para unos textos adjuntables a nueve grabados de un artista fuera de serie: Francisco Toledo. Toledo halló un catecismo para indios; el título le gustó y lo aplicó a nueve grabados colo­niales retrabajados. Pensé que no tenía caso hacer textos sobre la obra de Tole­do que serían finalmente muy fallidos al no ser yo, ni pretenderlo, crítico de artes plásticas. Entonces, me imaginé nueve textos de fantasías religiosas —por así decirlo—, los terminé, se los enseñé a algunos amigos míos que su­pongo críticos los cuales no me desalen­taron demasiado, hice 31 textos más y el resultado se lo entregué a Siglo XXI sin1 estar muy seguro de qué se trataba. Al explicar el libro, me doy cuenta que son conjeturas o aproximaciones poco in­formativas que no dicen mucho sobre el proceso que originó estos textos. No es­toy claro al respecto, sé cuál es mi posi­ción frente al fenómeno religioso y sé mi posición ante el catolicismo novohispano, pero no tengo mucha idea de qué modo ésto embonó con unos textos. Sé que me divirtió.
— Quisiera saber qué tan divertida es para ti la escritura. Háblame un poco de tu cocina literaria: ¿A qué horas escribes? ¿Corriges mucho? ¿También sufres ante la página en blanco?
— Escribo a todas horas; corrijo de­saforadamente, tres o cuatro veces, y si me dan chance rehago las galeras de mis libros. Sufro ante la página en blanco y sin embargo me obstino en seguir en este oficio. Soy un grafómano no redimi­do por las evidencias.
— ¿Serías capaz de escribir un artí­culo sin tu ironía habitual?
— Sin mi ironía habitual no me reconocería en las escasas veces en que todavía me atrevo al espejo. Soy tan iró­nico que no comprendo por qué nunca le encuentro gracia o chiste a lo que di­go . Me pasa lo peor que puede pasarle a un sarcástico: ser un incomprendido de sí mismo.
¿A veces te sucede que te limitas por no comprometerte políticamente?
— Bueno, no creo que no haya quien no escriba con autocensura; la autocen­sura es el reflejo condicionado en todos los países del mundo. Uno al escribir lucha por vencer considerable esa auto­censura. En lo personal, en la medida de las posibilidades, me siento compro­metido moralmente a una postura crítica ante un Estado y una sociedad represiva. Si no lo logro, es asunto no de mi intencionalidad, sino de mis limi­taciones como crítico... Aunque vién­dolo bien, el juicio sobre el alcance de mi compromiso político les correspon­de finalmente a los lectores.
— A propósito, ¿crees que haya li­bertad de expresión?
— Hay una libertad de expresión con­dicionada, parcial limitada o un grupo; ¡no una libertad de expresión de clases, no existe la libertad de expresión del campesino, ni la del obrero, ni la del de­sempleado; pero claro, un grupo sí co­noce la libertad de expresión medida y determinada por los intereses periodísticos de cada empresa; pero dentro de eso hay un margen más o me­nos habitable, según el talento y el cora­je específicos, del que se benefician Punto, Siempre, Proceso, Uno más uno, Excelsior, El Universal, en distintos grados.
Lo del catecismo surgió como si nada
— ¿Aquí en México, a semejanza de otros países, existe una literatura que corresponda al momento social y político que vivimos?
— Sí lo hay, lo que no se da es una li­teratura abiertamente política, como la que hay en Nicaragua o El Salvador por las exigencias revolucionarias, pero ve tú la considerable cantidad de escri­tores que han surgido en México y que reflejan o interpretan o recrean la vida marginal, la vida proletaria, la vida de los barrios, lo que es una manera muy directamente de entenderse con la rea­lidad social. Esto es un fenómeno nuevo en el país, como también sucede con la literatura de las mujeres v de los homosexuales. Yo creo que hay muchas formas literarias que se enfrentan directa­mente a la situación social: un libro co­mo el de Elena Poniatowska, Fuerte es el silencio; o Las muertes de Jorge Ibargüengoitia —para poner dos ejemplos magníficos— son formas de traducir li­terariamente la realidad nacional; o el gran ensayo como el de Octavio Paz sobre Sor Juana, es una síntesis cultural que nos estimula y enseña.
"Mi gusto por la cultura popular es el deseo de entender algo que no viví mucho tiempo por circunstancias de niñez y juventud solitarias".
— Hablando de Paz, ¿cómo estuvo esa discusión que tuviste con él?
— La divergencia no fue tanto en cuanto al juicio sobre el "socialismo real" (sobre el que coincidí amos pese a los dis­tintos enfoques) sino sobre la revolu­ción latinoamericana y la izquierda mexicana. Sigo creyendo que, con to­dos sus defectos, 1 a izquierda es la mejor que tiene el país, y que el deber intelec­tual es contribuir, muy críticamente, a su desarrollo.
— Un puesto público, ¿no te intere­sa?
— No, en absoluto.
— ¿Por qué no?
— Bueno, si quieres porque las uvas están verdes. También, porque no ten­go la capacidad para una posición ad­ministrativa y ya es muy tarde para ad­quirirla. Me desahucio completamente de cualquier posibilidad de un puesto público. No sirvo y no me interesa.
— Recuerdo que Carlos Fuentes dijo \ algo similar y luego se fue de embajador a Francia.
"Soy un incomprendido de mi mismo
como prefecto de un kinder en Tlaxcala .no digas como embajador.
— Siento que lo dices porque en el fondo estás satisfecho con tu obra. ¿Cuál de tus libros crees que sobreviva, cuando Monsiváis "ya no esté entre no­sotros"?
* — Me parece absurda la pregunta, porque me obliga a una autovaloración en la que no pienso caer. No tengo un punto de vista respecto a mis méritos {lo tengo frente a algunos de mis deméri­tos). El proponérmelo sería más que fa­tuidad una pérdida de tiempo.
— ¿Qué quisieras ser de grande, un Martín Luís Guzmán o un Alfonso Re­yes?
— No son excluyentes. Quisiera te­ner el gusto por el pasado clásico de Guzmán y lograr, a la manera de Reyes, algunas páginas de poderosa recrea­ción de la política. Quizá algún día escriba Junta de sombras de caudillos.
— Tú reflejas muy bien el ambiente y el lenguaje de los proletarios, ¿cómo le haces para captarlo?
— Yo no creo captar el ambiente de los proletarios, yo describo las sensa­ciones de alguien que se acerca a un ambiente que no es el suyo, que le simpati­za en principio (sin idealizarlo dema­siado) y que, con la mayor honestidad posible, quiere recrearlo de acuerdo a una necesidad de entender lo que es fi­nalmente la vida de la gran mayoría del país. No es ésta una declaración humil­de de lego franciscano. La verdad, me gustaría captar los mecanismos del mo­do de vida del pueblo y acercarme a él, pero no presumo de entenderlo. Yo soy un producto de una clase media univer­sitaria cuyo origen inmediato es la clase media baja. Esta pequeña burguesía, tan cerca y tan lejos del proceso popu­lar, ha llegado a no comprender nada ni de su realidad presente ni de su proceso formativo y éso me aterra.
— ¿Pero sí frecuentas los sitios a los que concurre la clase popular?
— Vivo en uno de ellos. Portales ciertamente no es la culta Coyoacán, ni las famosas Lomas; ha sido mi hábitat natural, del cual me han separado una infancia y una juventud muy libresacas, que me evitaron conocer lo que sucedía específicamente en la calle. Mi gusto por la cultura popular es el deseo de entender un fenómeno que no viví mucho tiempo por circunstancias de ni­ñez y juventud solitarias y librescas.
— ¿Qué me dices del cine, Carlos, no te ha interesado hacerlo?
— Me interesa como medio cultural formativo. Nunca quise ser cineasta, siempre he querido vivir como cinéfilo, especialmente del cine mexicano de los años 30's a los 50's, y del cine nortea­mericano de la misma época, y de algu­nas corrientes muy vitales del cine ac­tual como el cine alemán o como el cine norteamericano independiente.
Al ci­ne, los escritores de mi generación y de la siguiente, le debemos mucho.

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